Rachel Corrie

AUTORA DEL TEXTO: PAZ ALARCÓN

ESTADOS UNIDOS, 1979

“Realmente me duele ser testigo de hasta qué punto consentimos hacer del mundo un lugar horrible. Estoy siendo testigo de un genocidio y me cuestiono todas mis convicciones sobre la bondad de la naturaleza humana…”

Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de Evergreen. Se unió al Movimiento de Solidaridad Internacional, una organización de resistencia directa no violenta a la ocupación israelí de las tierras palestinas. En enero de 2003 viajó junto a otros siete voluntarios británicos y estadounidenses a Gaza. Dos meses después moría aplastada por un buldócer del Ejército israelí cuanto intentaba evitar que destruyeran la casa de un farmacéutico palestino. Israel concluyó que fue un trágico accidente. Los padres de Rachel siguen buscando la verdad.

“Mi sueño es parar el hambre antes del año 2000. Mi sueño es darles una oportunidad a los pobres. Mi sueño es salvar a las 40.000 personas que mueren cada día. Mi sueño es posible y se hará realidad si todos miramos hacia el futuro…”. Tenía escasamente 10 años cuando Rachel Corrie expresaba así sus deseos en una jornada sobre el hambre en el mundo que celebraron los alumnos de 5º año de su colegio. Desde pequeña fue consciente de que vivía en un mundo privilegiado. Años después cuando viajó a Gaza y vio lo que pasaba allí, decía que los niños americanos no podían imaginar que sucedieran cosas tan terribles a niños de otros lugares del mundo, atormentados por una guerra que hacía que un día pudiesen amanecer sin casa y al otro día sin padres.

Rachel había llegado a la adolescencia con la confusión tan propia de esa edad. La vida tranquila de una ciudad de provincias no era lo que le satisfacía. Eran muchas las preguntas, muchas las inquietudes, mucho el desconcierto que rondaba siempre su cabeza. No le gustaba el mundo que descubría a su alrededor y sentía la necesidad de buscar algo que diera sentido y una orientación a su vida. Fue en esa época cuando visitó Rusia. A raíz de ese viaje empezó a rechazar la cultura consumista, quería “ser distinta de sus hermanos empresarios, emprendedores, licenciados y vestidos ‘estilo Yale’”. Y decidió ser escritora. Todo lo que pensaba Rachel lo sabemos por sus escritos. Ya de pequeña había llenado páginas con lo que veía a través de sus ojos infantiles y, poco a poco, la comunicación con sus padres se fue haciendo más intensa. En las páginas de su diario les expresaba sus ansiedades, la forma en la que entendía la libertad, sus sueños, su concepto del mundo. Poco antes de viajar a Palestina le escribía a su madre: “Quiero escribir y quiero ver. ¿De qué escribiría si me quedara en la casita de muñecas, en el mundo floreado en el que crecí? Te quiero, pero se me ha quedado pequeño lo que me diste”.

Rachel miró de frente la realidad del mundo y asumió la responsabilidad de hacer algo. El 25 de enero de 2003 llegó a Rafah. Como ciudadana de Estados Unidos creía que tenía una responsabilidad especial de defender a los palestinos contra armas fabricadas por su país. Creía que la presencia de “internacionales” muy visibles podría frenar las incursiones israelíes: “El ejército israelí sabe que tendría muchas dificultades si disparase a un ciudadano americano desarmado…”. En el fondo Rachel intentaba aprovecharse de lo que más odiaba: la creencia de que la vida de un ciudadano americano era más valiosa que las demás.

Gran parte de su activismo en Rafah fue hacer de escudo humano: dormía en casas de familias palestinas para impedir que las demolieran, se plantaba junto a los pozos de agua para que no los destruyeran o escoltaba a los niños a la escuela. Cuando apenas llevaba unas semanas en la Franja, ya se llevó un susto con una excavadora. Salió con unos niños al paso de un buldócer y la pala no se detuvo: “Nos fue empujando hasta arrinconarnos contra una pared y tuvimos que saltar desde la ventana… ¿Cómo pueden actuar así unos seres humanos?”.

El abismo entre su mundo y el que estaba viviendo era palpable: “Llevo dos semanas y una hora en Palestina y aún no encuentro palabras para describir lo que estoy viendo”. Le parecía sorprendente que los palestinos pudieran mantener alta su humanidad a pesar del horror en el que se habían convertido sus vidas y de la constante presencia de la muerte. “He descubierto una fuerza y una resistencia esenciales en los seres humanos para mantener su humanidad en las circunstancias más terribles, algo que no conocía. Creo que la palabra es DIGNIDAD”.

En sus escritos, Rachel hizo también reflexiones políticas. La responsabilidad la cargaba contra el Gobierno de Israel, no contra el pueblo judío: “El pueblo de Israel está sufriendo y los judíos han vivido una larga historia de opresión. Creo que es importante distinguir con claridad entre la política de Israel como Estado y el pueblo judío. Es fácil, pero existe mucha presión para que se mezclen ambas cosas”.

Para Rachel, la mayoría de los palestinos participaban en una resistencia ghandiana no violenta. Algo que creía titánico después de la situación a la que estaban sometidos: hogares destrozados, fuentes de ingreso destruidas, infraestructuras cerradas. Se preguntaba si nosotros no recurriríamos a algún tipo de violencia si nos echaran de nuestras casas, nos estrangularan nuestro medio de vida y supiéramos que en cualquier momento podían venir a por nosotros los soldados y las excavadoras. Sus escritos muestran cómo el miedo se va apoderando de ella. Una noche durmió en una tienda y relata cómo un disparo la había atravesado. Sus sueños también empiezan a reflejar la violencia que siente todos los días. “He tenido pesadillas con los tanques y las excavadoras rondando nuestra casa y tú y yo estábamos dentro”, le escribe a su madre. Asustada por lo que estaba pasando, Rachel habla directamente de genocidio: “Cuando todos los medios para subsistir en un redil como es Gaza, del que la gente no puede salir, son amputados, creo que a eso se le puede llamar genocidio. Quiero decirle a mi madre que estoy siendo testigo de un genocidio insidioso y crónico”. Como si supiera lo que iba a suceder Rachel les dice “que si los militares israelíes deciden romper con su tendencia racista de respetar a las personas de raza blanca, por favor, achacadlo sin ninguna duda al hecho de que estoy en medio de un genocidio, del que yo indirectamente también formo parte y del que mi Gobierno es responsable en gran medida”.

El 16 de marzo Rachel había ido a Rafah para oponerse una vez más a las demoliciones. Se sentó, con su chaleco naranja, en la tierra frente a una de las casas que iban a demoler. Una excavadora Caterpillar, de fabricación estadounidense, conducida por un soldado israelí, le pasó por encima y la mató. Varios testigos aseguraron que Rachel había subido a un montículo y que era perfectamente visible para el conductor del buldócer. El Gobierno israelí dijo que había sido un accidente pero se comprometió con Estados Unidos a realizar una investigación concienzuda, veraz y transparente. Los padres de Rachel demandaron al Estado de Israel y al fabricante de la excavadora, Caterpillar.

“Esto tiene que terminar. Tenemos que dejar todo y dedicarnos a que esto termine. No creo que haya nada más urgente”. Éstas fueron las últimas palabras que Rachel Corrie escribió a su madre.