Omer Goldman

AUTORA DEL TEXTO: ANXELA IGLESIAS

ISRAEL, 1989

“Una vez que abres los ojos, la decisión es tan lógica que no importa el precio a pagar”

Su oposición a la ocupación de los territorios palestinos le llevó a unirse al movimiento de los objetores de conciencia israelíes. Después de pasar dos veces por la cárcel, continúa vinculada a actividades pacifistas. Su historia familiar acaparó la atención de los medios: Omer es hija de un alto cargo del Mossad, el todopoderoso servicio secreto israelí.

“Nosotros tomamos el camino más largo”. Omer Goldman casi siempre habla en plural. Está empeñada en recordar que forma parte de un grupo y que no lucha sola por sus ideales. “No soy ninguna heroína”, insiste, una y otra vez. Es cierto que Omer no es la única que se ha negado a alistarse en el Ejército israelí en protesta por la ocupación de los territorios palestinos y los abusos que allí se registran. Pero también es verdad que la singular historia de esta joven de veinte años la convierte en una abanderada de las nuevas generaciones de pacifistas. Es hija de un alto cargo del Mossad, el legendario servicio secreto de Israel, y ha tenido que rebelarse contra su entorno para seguir el dictado de su conciencia.

Forma parte de los shministim, los del último curso, según una traducción libre del hebreo, un reducido grupo de jóvenes que se va renovando desde la década de los setenta. Al terminar los estudios sus miembros escriben una carta abierta en la que explican por qué no cumplirán con los tres años de servicio militar obligatorio, en el caso de los hombres, y veintiún meses, para las mujeres. “Protestamos por el robo de tierras palestinas y por la expansión de asentamientos en nombre de la defensa de Israel. Rechazamos la transformación de pueblos palestinos en guetos cerrados por el Muro de separación y los controles militares”, se lee en la misiva de 2008, en la que sesenta adolescentes también se rebelaron contra “la actitud violenta y humillante de los militares hacia los residentes palestinos de Cisjordania”.

Omer, al igual que muchos de sus compañeros, tuvo que repetir sus razones ante un tribunal militar y fue encarcelada dos veces por ello, hasta que una pérdida de peso alarmante obligó a su puesta en libertad. Hubiera podido servir en alguna oficina de Ejército, o alegar problemas de salud para librarse del uniforme. Pero escogió la objeción de conciencia pública, el camino más largo, para “hacer pensar a la gente”, para evitar que su caso también fuera barrido debajo de la alfombra. Desde entonces recibe llamadas de agradecimiento e incluso cuenta con un club de fans en Internet, como ella misma explica entre risas.

Una niña bien con cuerpo de modelo y el sueño de ser actriz que no quiso seguir la corriente, entregarse a la hedonista vida de Tel Aviv y olvidar lo que ocurre a unas pocas decenas de kilómetros. Se enfrentó a una pena de prisión, pero también a otros castigos sociales, como el que podría impedirle estudiar en universidades públicas o trabajar en teatros oficiales. E hizo frente además a una atención mediática abrumadora por ser hija de quien es.

“Él y yo nos parecemos, compartimos opiniones, pero diferimos en el camino a seguir”, explica en referencia a su padre, “somos buenos amigos”. N. Goldman, tal y como se refiere a él la prensa, llegó a ser el segundo hombre más importante del Mossad y por tanto una figura clave del sistema de seguridad israelí. Precisamente el mismo sistema que su hija decidió poner en cuestión. “Durante un tiempo nos dejamos de hablar”, luego entendió que la objeción era algo más que un capricho de la pubertad y ahora ambos evitan ciertos temas durante las comidas familiares.

Y a pesar de todo, Omer asegura que “una vez que abres los ojos, la decisión es lógica”. En su caso, el despertar llegó con la guerra de Líbano, en 2006. Y se confirmó poco después, durante una visita a Hebrón, una ciudad incrustada de asentamientos y puestos de control israelíes donde los palestinos no pueden caminar por sus propias calles. “Siento vergüenza al pensar que todo eso se está haciendo en mi nombre”.

Y Omer no es capaz de callar ante la injusticia. La chica de cara angelical y actitud hiperactiva cuenta que en el colegio la llamaban “la abogada”, por su empeño en defender a los más débiles, y su héroe era Martin Luther King. Se refiere a la escuela como un microcosmos de la sociedad israelí. “Allí nos inculcan valores, nos hablan de la igualdad y nos repiten lo ocurrido durante el Holocausto hasta el histerismo”. “Yo llegué a estar obsesionada” antes de empezar a plantearse por qué sólo se hace referencia a la persecución de los judíos, por qué nadie le habló nunca en clase de la expulsión de los palestinos durante la creación del Estado de Israel. “Se habla muy poco de otras tragedias”.

En la escuela también queda patente la influencia del Ejército en la vida de los israelíes, que “nacemos para convertirnos en soldados”. “Teníamos profesores que impartían las lecciones con el uniforme puesto, se organizan campamentos premilitares en los que los niños cumplen órdenes marciales, cada año se envían paquetes de regalo desde los colegios a los soldados”.

Ha seguido con la costumbre de obsequiar a los reclutas. La última vez, ella y sus compañeros shiministim entregaron en los puestos de control bolsas sorpresa con las balas de goma recogidas por niños palestinos tras las manifestaciones celebradas junto al Muro.

Omer acude regularmente a esas protestas, a veces después de una noche de fiesta, porque sabe que la presencia de los pocos ciudadanos israelíes activos en el movimiento pacifista es importante para los cisjordanos y también para los soldados. Con estos últimos “trato de hablar, preguntarles si de verdad creen que me están defendiendo”. También da charlas en centros juveniles, reparte folletos informativos, organiza fiestas solidarias o atiende a los medios.

Huye de la ingenuidad de creer que israelíes y palestinos tendrían que ser amigos y se define a sí misma como una pacifista moderna, que nunca mataría ni tocaría un arma, pero convencida de que cada país tiene derecho a defenderse. Aboga por dos Estados, uno israelí y uno palestino, con fronteras definidas, que, según cree, podrían llegar en diez o veinte años.

Hasta entonces está dispuesta a continuar activa, a dar la cara por sus principios y, si fuera necesario, a entrar en política. Pero “no renunciaré a mis propios sueños y pasiones”.

“No puedes hacer de tu vida una gran lucha, tienes que escoger tus batallas“, explica Omer Goldman con un paradójico lenguaje bélico. Su batalla, la de lograr la paz para ella y sus vecinos, podría ocupar toda una vida.