Nadine Gordimer

AUTORA DEL TEXTO: CARMEN CORREDOR

SUDÁFRICA, 1923

“Los escritores, si escribimos con honestidad, lentamente, podemos ir transformando el terreno”

Hija de emigrantes judíos, en su adolescencia tomó conciencia de la realidad social de su país. Empezó a escribir muy joven y, al tiempo, se hizo militante del entonces clandestino Congreso Nacional Africano (ANC). Defensora incansable de la abolición del apartheid, es la séptima mujer que ha recibido el Premio Nobel de Literatura.

Maureen y Bam Smales, contrarios al racismo y conscientes de la injusticia de sus privilegios, se han esforzado siempre por tratar en grado de igualdad a July su criado negro. Pero estalla una revuelta y los Smales, refugiados en la aldea de July, dejan de ser sus amos para convertirse en sus huéspedes, ¿o tal vez en sus prisioneros?

Como el resto de los personajes que durante más de cincuenta años ha dibujado Nadine Gordimer, los protagonistas de La gente de July (1981), una de sus mejores novelas, presentan al lector un dilema crucial. Deben tomar partido en una sociedad dominada por la violencia, el racismo y la desigualdad.

En su obra esta escritora minuciosa y valiente denuncia, desde la interioridad de sus personajes, la segregación racial que durante tanto tiempo ha penetrado todos los rincones de la vida cotidiana surafricana. Escribe sobre la realidad social y el modo en que la política zarandea la vida del ciudadano y desbarata su universo personal.

Durante su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, en 1991, aseguró que su auténtica escuela fue la biblioteca pública de Springs, el pueblo donde nació. Un lugar prohibido para negros. “Tardé en caer en la cuenta de que si mi piel hubiera sido oscura, no podría haber sido escritora”. Y definió la que, a su juicio, debe ser la responsabilidad del narrador: “El escritor no resuelve los problemas pero tiene una posibilidad de hacerlo, si no da la espalda a su realidad social”.

El gran galardón de la Academia sueca no podía haber venido en mejor momento para la escritora. En Suráfrica había empezado el proceso de supresión de la segregación racial y su gran amigo Nelson Mandela había sido puesto en libertad unos meses antes. Gordimer fue unas de las primeras personas que el dirigente del Congreso Nacional Africano había querido ver al salir de prisión.

En ese momento, esta mujer enjuta y decidida tenía una larga experiencia como luchadora antiapartheid y miembro del Congreso Nacional Africano en la clandestinidad. Fueron tiempos duros en los que algunas de sus novelas —entre ellas, La hija de Burger o Un mundo de extraños— y una antología fueron prohibidas o censuradas. Pero ni en los peores momentos dejó de levantar la voz contra la injusticia y siguió escribiendo como si la censura no existiese. “En los países donde la represión prevalece, el escritor no debe censurarse a sí mismo, ni darse por vencido”, dijo. “Hay cosas que escribes y guardas en un cajón, porque la censura no va a durar eternamente”.

Eran también aquellos tiempos en que, junto a su marido, escondía negros en su casa, o les ayudaba a cruzar la frontera. Pero a Gordimer no le gusta hacer publicidad de estos hechos. Discreta hasta el extremo ha asegurado: “Nunca escribiré una autobiografía”. Cuatro años después de recibir el Nobel, cuando Mandela fue elegido presidente en las primeras elecciones multirraciales de la historia de Suráfrica, el Congreso Nacional Africano la propuso como parlamentaria. “Me conmovieron, pero siempre supe que no tenía carácter para ser política. Recordé a una amiga escritora, que después de haber participado en el Parlamento, nunca más volvió a escribir nada bueno”.

El arte, en este caso la literatura, es su territorio. Y es a través de sus personajes como toma partido tanto en la esfera pública como en la privada. Una constante de su obra es la búsqueda de la verdad. “Las historias literarias no sólo muestran la opresión, sino que aluden a los sentimientos y a cómo la gente enfrenta esta realidad. El lector generalmente entiende y simpatiza con los personajes, y es posible que pueda influir en su Gobierno para presionar y generar cambios. Un ejemplo de esto sucedió con Barclay’s Bank. Los miembros de los grupos contra el apartheid aprovecharon para hacer saber a los accionistas que sus bancos en Suráfrica eran cómplices de las políticas racistas: los empleados sólo podían ser blancos y jamás un negro podía ser acreedor de un préstamo. Tuvieron influencia y se impusieron restricciones y sanciones financieras”.

Y continúa diciendo: “Los escritores, si escribimos con honestidad, lentamente podemos ir transformando el terreno. Y obviamente hablo de escribir literatura y no propaganda, porque, aunque ésta implique una causa justa, siempre sonará falsa a los ojos del lector. Cualquier revolucionario, por más valiente o maravilloso que sea, es un ser humano con virtudes y debilidades, y sólo la literatura puede resquebrajar su aureola de santo”.

En la nueva Suráfrica, Gordimer mantiene su compromiso. “Ha desaparecido el apartheid, pero la situación es problemática”, asegura. “La globalización ha fracasado, hay problemas económicos y violencia”. Y ella sigue ofreciendo la visión crítica de esos cambios. Se ha involucrado, por ejemplo, en campañas contra el sida, para la que veintiún escritores, entre ellos, Kenzaburo Oé, Susan Sontag o Günter Grass, escribieron una antología de cuentos.

Ya octogenaria, afirma que se siente orgullosa de haber vivido lo suficiente para ver el cambio en su país. “Soy blanca y africana”, dice a menudo. “En los años ochenta, mi esposo y yo llegamos a creer que vendría una guerra civil, que acabaríamos asesinados. Pero nos quedamos. Hoy, hay problemas, no lo niego, pero comparto el espacio con una mayoría negra. Hay blancos que huyeron a Canadá o Australia para no ver esto”. “Los escritores son importantes porque tienen que ser capaces de analizar los problemas”, concluye, rotunda.