Marie Colvin

 

ESTADOS UNIDOS – 1956-2012

Autora del texto: María Herrero Ogallar

 

“Siento que tengo una responsabilidad moral hacia ellos, que sería una cobardía ignorarlos. Si los periodistas tienen la oportunidad de salvar vidas, deberían hacerlo”

Nacida en Oyster Bay, Nueva York, Marie Colvin fue una reportera de guerra que trabajó para el diario The Sunday Times desde 1986 como corresponsal en Oriente Medio. Se formó en la Universidad de Yale y cubrió conflictos como los de Zimbabue, Sierra Leona, Kosovo, Chechenia, Timor Oriental y la Primavera Árabe en Túnez, Egipto y Libia. En febrero de 2012 muere en Homs, Siria, junto a su compañero Rémi Ochlik, fotógrafo freelance de guerra francés, tras un bombardeo en el edificIo que se encontraban, atribuido al régimen de Al-Assad, un día después de comunicar detalladamente la masacre de la que fue testigo cuando las fuerzas del gobierno sirio bombardeaban la ciudad.

Es un referente en el periodismo de guerra por su vocación y su interés por dar voz a las víctimas de la guerra y revelar al resto del mundo lo que realmente ocurría durante estos conflictos. Su figura, altamente reconocible por el parche negro que cubría el ojo que perdió en el conflicto en Sri Lanka en 2001 debido a la explosión de una granada,

Recibió dos veces el Premio de la Prensa Británica a la Mejor Corresponsal, el galardón a la Valentía en el Periodismo, de la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios, el Premio Ana Politkovskaya y el de Mejor Periodista del Año de la Foreign Press Association en tres ocasiones. También escribió y produjo documentales, entre los que destacan Arafar: Behind the Myth para la BBC en 1990; además de aparecer en el documental de Bearing Witness (2005) con otras cuatro reporteras de guerra. En 2018 se estrenó la película La corresponsal, que narra su vida y la labor que desempeñaba en los terrenos conflictivos.

En el homenaje que se realizó en 2010 a 48 periodistas británicos fallecidos en las trincheras, evento que se celebró en la Iglesia de Saint Bride, junto a Fleet Street, Colvin se pronunció: “a pesar de los videos que vemos del Ministerio de Defensa o del Pentágono y de todo ese lenguaje aséptico describiendo las bombas inteligentes y la precisión de los ataques, la escena sobre el terreno es sorprendentemente semejante desde hace cientos de años. Cráteres, casas quemadas, cuerpos mutilados, mujeres llorando por sus hijos y sus maridos. Hombres llorando por sus esposas, sus madres, sus hijos”. Continuó denunciando el asesinato de los periodistas en zonas de guerra: “nuestra misión es informar sobre esos horrores de la guerra con precisión sin prejuicios. Siempre tenemos que preguntarnos si el nivel de riesgo que corremos es parejo al interés de la historia que queremos contar. Distinguir entre lo que es valentía y lo que es bravuconería. Nunca ha sido más peligroso ser corresponsal de guerra porque ahora los periodistas en zona de combate se han convertido en un objetivo primordial”.

Entre los escenarios de conflictos a los que dio cobertura se encuentran Chechenia, Sierra Leona, Timor Oriental, Sri Lanka, Iraq, Afganistán, Libia y Siria. En 2001 decía “en la próxima guerra que cubra, estaré más asombrada que nunca por la tranquila valentía de los civiles que soportan mucho más que yo”. Su objetivo principal era dar voz a aquellos que no tenían voz: viudas que sostenían a sus maridos destrozados en Kosovo o tamiles que se rebelaban contra el gobierno de Sri Lanka. En 1999, desde Dili, en Timor Oriental, informaba de la situación: “el primer signo de peligro fueron los gritos de dos ancianas que se cortaron con las navajas que cubrían las paredes del complejo de las Naciones Unidas, desesperadas por entrar”. Durante cuatro días transmitió la difícil situación de más de mil víctimas, en su mayoría mujeres y niños, atrapados en un sitio donde se habían matado a miles de timorenses. Allí, junto a dos periodistas holandesas, ayudaron a los refugiados que estaban abandonados.

Su cometido no se limitaba a informar desde el lugar del conflicto, sino que buscaba cualquier forma de apoyar a la población civil dentro de esos escenarios. Trataba de informar sobre la realidad de la guerra, especialmente los efectos que esta tenía sobre los civiles. Tras la pérdida de su ojo en Sri Lanka en 2001, escribió sobre su motivación para cubrir las guerras, recalcando la importancia de contarle al mundo lo que realmente ocurre para que pudieran entender la verdad: “mi trabajo es dar testimonio. Nunca me ha interesado saber qué tipo de avión acababa de bombardear una aldea o si la artillería lanzada era de 120 mm o de 155 mm”. Se le atribuyó haber salvado la vida de más de mil mujeres y niños que fueron sitiados por fuerzas respaldadas por Indonesia en Timor Oriental. Marie Colvin no estaba interesada en la política, la estrategia o el armamento, sino en los efectos sobre las personas inocentes: “siento que tengo una responsabilidad moral hacia ellos, que sería una cobardía ignorarlos. Si los periodistas tienen la oportunidad de salvar vidas, deberían hacerlo”.

En 2010 dio un discurso en un acto en presencia de la duquesa de Cornualles, Camila Parker Bawles, donde pronunció lo siguiente: “los periodistas que cubren combates cargan con una gran responsabilidad, y afrontan decisiones difíciles. A veces pagan el más alto precio”. Estaba en lo correcto, pues unos años después perdía la vida mientras cubría el asedio a la ciudad de Homs en los inicios de la guerra civil siria, narrando la masacre que se estaba llevando a cabo contra la población civil.