Lydia Cacho
AUTORA DEL TEXTO: CRISTINA DEL VALLE
MÉXICO, 1963
“El periodismo está bajo libertad condicional”
Periodista, feminista, escritora y defensora de los derechos humanos. Especialista en temas de género y violencia en UNIFEM (Fondo de Desarrollo de Naciones Unidas para la Mujer). Cofundadora de la Red de Periodistas de México, Centroamérica y Caribe. Es fundadora y directora en la actualidad del Centro de Atención Externa para Mujeres Maltratadas en Cancún, CIAM. Ha sido galardonada con premios como Human Rights Watch 2007, el Premio Mundial UNESCO-Guillermo Cano de Libertad de Prensa 2008 y el Premio Libertad de Expresión 2008 que cada año otorga la Unión de Periodistas de Valencia.
Conocí a Lydia en 2006, mientras preparaba el viaje a México con la Plataforma de las Mujeres Artistas para denunciar los crímenes contra las mujeres en Ciudad Juárez. Antes de ese viaje había contactado con ella, y juntas planificamos todas las acciones a llevar a cabo en México. Recuerdo cuando nos encontramos en la Casa de España por primera vez y nunca olvidaré aquellos ojos de Lydia llenos de vida y amabilidad, ni aquella energía que me unió a ella para siempre y que unió nuestras vidas, que parecía habían estado conectadas desde hace mucho tiempo. La sentí como una hermana del alma, como sé que la sienten muchísimas mujeres de este país que la conocemos y muchísimas del suyo a las que ha devuelto la valentía y el coraje para seguir adelante y especialmente en la Casa de Acogida que dirige con una metodología basada en el amor, el respeto y el feminismo.
Fuerte y hermosa como la más alta de las montañas de mi tierra, Asturias, Lydia fue educada para no rendirse jamás. Lydia fue educada en la libertad por una madre feminista que desde niña le mostró la cara de la violencia y de la pobreza en las zonas más olvidadas y castigadas de México. Mientras su madre psicóloga trabajaba con las mujeres olvidadas, Lydia y sus hermanos jugaban con los hijos de estas mujeres. Sintió muy pronto el dolor y el compromiso, conviviendo y viendo a aquellos niños y niñas que no podían sostener en sus manos ni siquiera un lápiz para dibujar. Niños y niñas que no tenían la energía para correr detrás de aquellas pelotas que les regalaban, niños que comían cuando podían, una vez al día. Cuando Lydia preguntó a su madre el porqué, su madre le respondió: “Por pura injusticia, Lydia. Por eso como vosotras sois unas privilegiadas, tenéis educación y coméis tres veces al día, tenéis la obligación de prepararos para que las cosas en México se transformen para construir un país libre y digno”. Y eso hizo Lydia.
Cada día de su vida luchó y lucha por la decencia y dignidad de su país y lo hizo en nombre de todas las mujeres de su país, enfrentándose al abuso y a la violación de menores. Denunciando las redes de pederastia que a través de Cancún operan en el mundo entero. Y lo hizo en nombre de todas las niñas pero especialmente en nombre de aquella niña de 15 años que, refugiada después de haber denunciado los abusos y la violación del pederasta Kamel Nacif que secuestró e intentó asesinar a Lydia, le dijo a Lydia en la Casa de Acogida: “¿Verdad que tú, Lydia, no vas a dejar que nadie nos haga más daño?”.
Se trataba de niñas a las que hombres infames les robaron su infancia y su vida para siempre. Fueron esos hombres los que, junto a otros hombres y el Gobierno de su país, secuestraron, torturaron e intentaron matar a Lydia. Y fueron las redes amorosas de Lydia, las redes solidarias y hermanas, las que le acompañaron en todo momento junto con el amor de los suyos, las que, como ella misma dice, en los momentos más terribles le dieron la paz para ser una sobreviviente y no una víctima perenne. Al sistema, como dice Lydia, no le gustan las sobrevivientes, el sistema nos quiere siempre víctimas y sometidas para que recordemos siempre quién tiene el poder.
La lucha de Lydia no se nutrió jamás ni de la rabia ni del rencor, sino de la verdadera y profunda convicción de la necesidad de que aquellos que violan la ley y los derechos humanos tienen que rendir obligatoriamente cuentas ante toda la sociedad.
Viví el secuestro de Lydia como propio. Lloré cada segundo que era maltratada en ese coche policial donde cuatro energúmenos intentaban tirarla al mar para que su cuerpo desapareciera para siempre. Desde España las redes de mujeres lloramos de rabia e indignación al sentir que la vida de una hermana no valía nada en un país al que llamamos democracia y que firma acuerdos internacionales de respeto de los derechos humanos y en contra de la violencia contra las mujeres. Este país se llama México. Pedimos desde la Plataforma la intervención del Gobierno español, que no escatimó esfuerzos para intervenir frente al Gobierno mexicano para que Lydia llegara después de 30 horas de tortura viva; firmamos millones de cartas denunciando al Gobierno mexicano, la impunidad y la violación de los derechos humanos.
Quiero terminar con las palabras de Lydia: “Mientras viva, seguiré escribiendo y con lo escrito seguiré viviendo”. Y nos hará seguir sintiéndonos dignas y vivas a todas: “Seguiré escribiendo porque la historia de las perdedoras no la escribe nadie, mientras que los poderosos sí, la van contando y fabricándola para que cuadre con sus intereses. Seguiré luchando y escribiendo por la responsabilidad con todos mis compañeros y compañeras periodistas que son asesinados cada día en mi país” y porque, dijo su compañero de vida, como decimos todas las que la amamos y admiramos profundamente, lo único que no te perdonaríamos nunca, Lydia, es que, si te asesinan, la gente no conociera tu verdadera historia. Gracias, hermana, por llenar este mundo de dignidad y justicia.