Irena Sendler

AUTORA DEL TEXTO: PAOLA WÄCHTER

POLONIA, 1910

“Cada niño salvado es la justificación de mi existencia en la Tierra y no un título para la gloria”

Activista, trabajadora social y toda una heroína para muchos, Irena Sendler salvó la vida de 2.500 niños del gueto de Varsovia. El Tercer Reich no pudo contra el coraje de esta polaca católica que se salvó de ser ejecutada y que pasó a la clandestinidad. Aunque tarde, ha recibido numerosos reconocimientos y fue nominada al Premio Nobel de la Paz 2007. Un año después, murió.

Hasta 1999 nada se sabía de Irena Sendler. Después de la II Guerra Mundial esta mujer, trabajadora social, activista y católica, vivió en el absoluto anonimato, asistiendo a la gente más desposeída, cargando el luto de su hijo Adam y actuando siempre con sigilo, como si permanentemente guardara un secreto. Aseguró no estar arrepentida de los riesgos asumidos durante la guerra en la que se enfrentó a los nazis en defensa de los derechos humanos y en nombre de la justicia social. Irena lo tuvo claro desde el comienzo y hasta el final de sus días: rescatar a los 2.500 niños del gueto de Varsovia fue la “justificación de mi existencia y no un título para la gloria”, como dijo en una carta al Parlamento de Polonia, y por eso “no somos una especie de héroes. Por el contrario, yo sigo con remordimiento de conciencia por haber hecho muy poco”.

Irena Sendlerowa nació el 15 de febrero de 1910, en Otwock, al sur de Varsovia. No tenía hermanos y sufrió la muerte de su padre cuando sólo tenía siete años. La madurez se le vino encima. De golpe. Aquel hombre, un médico rural que murió de tifus por haber ayudado a los más desvalidos, en su mayoría judíos, la marcó por el resto de su vida. “Si ves alguien que se está ahogando debes tratar de salvarlo aun cuando no sepas nadar”, le dijo Stanislaw Krzyzanowski, ya moribundo. Y lo hizo. En su trayectoria personal y en el ejercicio de su profesión respetó y amó al prójimo sin distinciones de ningún tipo.

En plena dominación alemana, “Jolanta” —nombre ficticio en los años de guerra— trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia. En calidad de asistente social llevó a los comedores alimentos, mantas para cobijar a los más ancianos y medicinas a los enfermos. También dinero, y creó unos 3.000 documentos falsos para las familias judías. Poco más tarde se uniría al Consejo para la Ayuda de Judíos, Zegota, donde se encargó de la unidad de niños. Tenía a su cargo un equipo de 24 mujeres y un solo hombre.

Irena desafió su propia resistencia cuando, una vez construido el gueto de Varsovia, ella misma optó por ingresar y transitar por sus calles portando un brazalete con la estrella de David, como símbolo de solidaridad y en su intento por pasar inadvertida. Entre muros logró moverse en el muy limitado espacio de acción que los nazis habían concedido a los judíos. Pertenecer al Departamento de Control Epidemiológico de la capital le daba cierta garantía, aunque la amenaza de muerte estaba siempre latente: el castigo por ayudar a los judíos era inequívoco.

Corría 1942 y las decisiones del Tercer Reich se dejaban caer con toda su fuerza. Contra toda prudencia, pero con el inquebrantable coraje que la caracterizaba, fue rescatando del gueto a niños judíos. El menor de todos es una pequeña de cinco meses que hoy lidera la asociación Los Niños del Holocausto, en Varsovia. A Elzbieta Ficowska, Irena Sendler la sacó en un cajón de madera con agujeros para que pudiera respirar. A esas alturas cualquier método valía cuando los judíos enfrentaban una muerte segura. Bolsas, maletines de herramientas, ataúdes y camillas de ambulancias eran soportes útiles para salvar de la muerte a los niños del gueto. Pero lo más difícil fue separar a los hijos de sus madres, señaló Irena con angustia. Un recuerdo que la persiguió hasta sus últimos días, con la mirada de una madre que también supo lo que era perder a un hijo, a su propio Adam, décadas después, en 1999, por insuficiencia cardiaca.

Los otros niños de “Jolanta”, por el contrario, lograron vivir. Uno, dos, tres, así hasta llegar a los 2.500, fueron rescatados del interior de los muros y llevados a iglesias e incorporados a familias católicas. Irena había cambiado sus nombres, que guardó celosamente en unas botellas que luego enterró en el manzano de la casa de un vecino, enfrente de los barrancos de la policía alemana. Esperaba recuperarlos en un futuro cercano para devolverles su pasado. Irena vivía las atrocidades de la II Guerra Mundial pensando en los tiempos de paz.

Pero antes de ver la luz, Irena sufrió el horror nazi en carne propia. El 20 de octubre de 1943 fue arrestada en su casa por la Gestapo y llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada. “Yo aún llevo las marcas en mi cuerpo que esos “superhombres alemanes” me hicieron. Yo fui sentenciada a muerte”, comentó. “Le rompieron los pies y las piernas, pero no lograron que les revelase el paradero de los niños que había escondido ni la identidad de sus colaboradores”, agregó Anna Mieszkwoska, autora de la biografía La madre de los niños del Holocausto. Minutos antes de la ejecución, Zegota logró sobornar a un guardia alemán para salvar a Irena de la muerte. Finalmente fue liberada y pasó a la clandestinidad.

Aunque es difícil de entender, el mundo no supo de Irena Sendler hasta 1999. Como una ironía de la vida, ese fatídico año esta enfermera polaca perdería a su hijo Adam, pero se reencontraría con “sus niños” del Gueto de Varsovia. Un grupo de estudiantes de Kansas rescataría su historia bajo los escombros de la vergüenza y lanzaría a la luz pública su particular batalla contra las armas, el odio y la discriminación, difundiéndola a través de una representación teatral titulada La vida en un tarro. Más tarde, los medios de comunicación se harían eco de esta hazaña.

Uno de los niños reconoció el rostro de “Jolanta” y la telefoneó a Varsovia. “Recuerdo su cara, usted es quien me sacó del gueto”. Glowinski, crítico literario polaco, y uno de los pocos niños rescatados por Irena que logró reunirse con sus progenitores al finalizar la II Guerra Mundial, escribió en sus memorias, The Black Seasons: “Yo le debo mi vida a la señora Sendler”. Para la historiadora Jacek Leociak, premio Karol Malcuzynski por el libro El gueto de Varsovia, “ella fue la luz, en la terrible oscuridad del gueto”. Megan Stewart creó la página web “Life in a Jar: the Irena Sendler Project” tras entender que “mi vida ha estado siempre tocada por su testimonio de la victoria del bien sobre el mal”.

Las visitas a la anciana de casi noventa años se sucedieron y aumentaron bajo la advertencia de su hija, Janka, de que quien entraba a su habitación salía llorando. Prudente, amable, sabia y elegante, así recuerdan a esta mujer polaca que terminó sus últimos años postrada en una silla de ruedas en un asilo de Varsovia, junto a una mesa llena de flores, medicamentos y fotografías. “Fue un encuentro terriblemente conmovedor con una pacifista real que ha salvado muchas vidas. Ella tiene una de las sonrisas más brillantes que jamás haya visto”, comentó Joachim Wieler, quien viajó desde Alemania a Polonia para ofrecerle la máxima distinción que ha concedido la Federación Internacional de Trabajadores Sociales (IFSW) en su 50º aniversario en 2006, en respuesta a sus actos humanitarios durante la II Guerra Mundial.

Además de este reconocimiento, Irena ostentó el título de ‘Justa entre las Naciones del Mundo’ concedido por el Instituto Yad Vashem del Estado de Israel, el Ente para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto (1965). También se manifestó el Gobierno de Polonia tras un prolongado mutismo que duró más de medio siglo. En noviembre de 2003 recibió del Presidente de la República, Aleksander Kwasniewski, la más alta distinción civil concedida por Polonia: la Orden del Águila Blanca, mientras el Senado la destacaba por sus “valores humanitarios” en la Declaración del 14 de marzo de 2007. Ese mismo año fue nominada al premio Nobel de la Paz, galardón que recayó en Al Gore. Casi un año después, la llamada “Schindler de Varsovia” murió en la capital polaca a los 98 años de edad.