Emily Greene Balch
ESTADOS UNIDOS – 1867-1961
Autora del texto: Alejandra San Quirico Burillo
“Me siento profunda y felizmente ciudadana del mundo. Estoy en casa donde quiera que haya gente”
Reformadora social, profesora y líder pacifista internacional, Emily Greene Balch dedicó su larga vida a trabajar contra la guerra y por la construcción de un nuevo sistema internacional basado en la cooperación. Mujer inspiradora donde las haya, fue cofundadora de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF) en 1915, y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1946. De este modo se colocaba a la cabeza del movimiento de mujeres por la paz que creció en la primera mitad del siglo XX. Especializada en economía y sociología, académica y activista a la vez, participó en numerosas actividades de reforma social y fue autora de una larga lista de publicaciones. Defendió sus convicciones con coraje y empatía con los oprimidos. Creía en la humanidad, y entregó su vida a trabajar por la paz y los derechos humanos.
Creció en un entorno privilegiado siendo su padre abogado y su madre maestra, una familia de unitarios liberales, adoptando de sus progenitores la sensatez, el intelecto y la compasión por toda buena causa. Su madre murió siendo ella joven pero con el apoyo de su padre formó parte de las primeras mujeres que accedieron a una educación superior, mujeres reformadoras que preferían mantenerse solteras y dedicar su vida a revolucionar la sociedad en la que vivían.
El interés que sentía Balch por mejorar las condiciones sociales y las relaciones humanas le llevaron a centrar sus estudios en la sociología y la economía, materias que, a partir de 1986, enseñaría en Wellesley, una de las universidades sólo de mujeres de la costa Este de los Estados Unidos, cuyo profesorado estaba formado exclusivamente por mujeres. En sus 20 años como profesora en Wellesley, Emily G. Balch buscó inspirar a sus alumnas para que reflexionaran y lucharan por la mejora de las condiciones sociales. Era una profesora excepcional e innovadora que motivaba a las jóvenes por su compasión, claridad, determinación, y compromiso.
Para ella la acción económica era “más eficaz y deseable al estar libre de todo elemento de coerción” (Balch, 1917: 28). Su carrera académica no le impidió ser a la vez socialmente activa, dualidad que caracterizaría toda su vida. En sus propias palabras: “No solo experimentamos acontecimientos, en parte los causamos o, al menos, influimos su curso. Por tanto no podemos solo estudiarlos, debemos actuar”. Poniendo en práctica sus ideas, defendió a las personas que sufrían discriminación de cualquier tipo, desfavorecidas o desamparadas, centrando su atención en conseguir justicia social para inmigrantes pobres, la clase trabajadora, los discriminados racialmente y las mujeres.
La Primera Guerra Mundial significó un punto de inflexión en la vida de Balch, que a partir de ese momento priorizó la necesidad de conseguir y mantener la paz. Se convirtió así en una figura de oposición a la guerra y al militarismo. Para ella el ejército suponía “un gasto enorme e innecesario y una horrible vergüenza moral” (Balch, 1917: 31). En 1918, tras 20 años como profesora en Wellesley, su posición pacifista, su activismo político y sus posiciones radicales, de crítica al capitalismo (se oponía al militarismo, al imperialismo y a toda búsqueda exclusiva de intereses nacionales), le supusieron la no renovación de su contrato como profesora en esta institución. Así, su carrera académica dejó paso a una lucha por la paz a nivel internacional, causa a la que dedicó el resto de su vida.
Al dejar la universidad, en 1919 pasó a ser Secretaria general y Tesorera de WILPF, organización que había colaborado a fundar y en la que desempeñó numerosas funciones a lo largo de toda su vida, incluso de manera voluntaria, entre las que destaca la organización de la oficina internacional en Ginebra. A partir de 1922 permaneció trabajando en la organización de manera voluntaria. Su implicación con WILPF era tan plena que cuando en 1946 recibió el Premio Nobel de la Paz donó a la organización gran parte del dinero.
Su deseo era que mujeres de diferentes procedencias, políticas, religiosas y culturales, se unieran en su oposición a la guerra y en su apoyo a la igualdad y principios generales de justicia, desarrollando una nueva identidad humana como ciudadanas del mundo. Creía que la mujer es más pacífica ya que se ve condicionada por su naturaleza materna pero no era esta posición bajo la que defendía la mayor participación de las mujeres en el orden internacional. Según Balch, las mujeres, que por lo general fueron excluidas del ámbito político en el pasado, no traen consigo vicios reproducidos tradicionalmente; pudiendo introducir métodos políticos innovadores de manera libre, sin ser partidistas, métodos en los que los valores sociales y morales sean los primordiales (Balch citada en Rupp & Taylor, 1999: 380). Reconocía que las mujeres también son de algún modo cómplices de la guerra y deben pararla y trabajar por la paz: “Nunca más las mujeres pueden permitirse creer que no son responsables porque no tienen poder. La opinión pública es poder; el sentimiento fuerte y razonable es poder; la determinación, hermana gemela de tener fe o visión, es poder.” (Balch citada en Pois, 1995: 454).
La Segunda Guerra Mundial supuso un reto a su pacifismo absoluto. Renuentemente aceptó la entrada de su país, Estados Unidos, en la guerra, aunque ella siguió trabajando activamente para la paz. La ideología Nazi le hizo cuestionar la relación entre paz y justicia.
Por su deseo de superar conjuntamente problemas de carácter económico y social a nivel supranacional, Balch apoyó, de manera realista y no exenta de crítica, a la Liga de las Naciones y también la creación posterior de Naciones Unidas. Es más, intentó influenciar su desarrollo y trabajó incesantemente para la construcción de una estructura internacional positiva (Faver, 1991: 339-340; Deegan, 1981). Buscaba promover la cooperación internacional a través de alianzas globales entre las personas y tenía una capacidad especial para la diplomacia: en los problemas políticos más complejos tenía en cuenta a todas las partes y era capaz de llegar a soluciones satisfactorias. No obstante, pensaba, “la unidad internacional no es en sí misma la solución. Si esta unidad internacional no tiene atributos morales, si no acepta una disciplina basada en valores morales y posee cualidades de humanidad, no es la unidad en la que estamos interesados” (Balch citada en Faver, 1991: 342).
Creía en la interconexión pero siempre respetando la diversidad. El cambio social, para ella, debía venir suscitado por una inteligencia racional y lógica capaz de permitir el entendimiento mutuo y de trazar una solución aceptable para todos. Partiendo de una benevolencia desinteresada, se debe enfatizar la cooperación, la inclusión y la responsabilidad hacia los otros. Para ella, la responsabilidad social no choca con la libertad personal. Por ello, la base para establecer la paz es una cooperación internacional que busque trabajar unidos en problemas de carácter social, económico y cultural que afectan a todas las naciones. Como meta final deseaba la desaparición del estado-nación, y dar paso a un sistema internacional donde la guerra fuera impensable por los intereses compartidos de la gente y sus lazos morales y emocionales. La creación de una ciudadanía global representaba para ella el camino para una paz estable.
A pesar de intentar vivir su vida de una manera poco pública, Emily Green Balch fue una de las mujeres más importantes e inspiradoras del siglo pasado. Creía en la posibilidad de un mundo mejor, un mundo pacífico, y trabajó incesante y desinteresadamente para conseguir esa meta. Tanto en su compromiso como reformista social, a nivel local, nacional e internacional, como en su vida académica, abordó temáticas de diversa índole. Defensora de los desaventajados, luchó por los derechos de las personas oprimidas por cuestiones de género, raza, etnia, cultura o ideología. Por la esperanza que proyectó a su alrededor y por su trabajo para que los seres humanos se unieran por encima de sus diferencias, puede decirse que Balch fue realmente una ciudadana del mundo.