Ding Zilin
AUTORA DEL TEXTO: CHARLOTTE VAN DEN ABEELE
CHINA, 1936
Profesora de Filosofía en la Universidad de Renmin en Pekín hasta 1991. Nominada para el Premio Nobel de la Paz en 2003, ha recibido el Premio Vasyl Stus “Freedom-to-Write” en 2007. Forma parte de la organización Madres de Tiananmen.
“Cuenta la verdad, rechaza el olvido, busca la justicia, despierta la conciencia”. Ése es el eslogan de la red Tiananmen Mother (Las Madres de Tiananmen) compuesta por mujeres que nunca renunciaron a sus reivindicaciones desde que sus hijos fueran asesinados en la noche del 4 de junio de 1989 en Pekín por las tropas del ejército chino.
La versión oficial china habla de esos jóvenes como “granujas”, miembros de una rebelión contra-revolucionaria, para justificar la masacre que ocurrió en la Plaza de Tiananmen esa noche. La represión de las protestas pacíficas de 1989 causó centenares de muertos y miles de heridos. Pero los crímenes no se quedaron ahí, el Gobierno silenció a los familiares de esos desaparecidos a través de una política de negación y de intimidación, esperando que la memoria del evento se diluyera con los años.
Ding Zilin es madre de uno de esos “granujas”, la primera que buscó y encontró a través del país a otras madres y padres víctimas de su mismo sufrimiento. Ese dolor compartido le dio la fuerza para seguir adelante y romper el silencio. Desde entonces ha encontrado y sigue buscando a familias por toda la ciudad de Pekín que han vivido el mismo drama con el fin de poder contabilizar el número exacto de víctimas. En junio 2006, su lista identificaba a 186 personas asesinadas por las tropas gubernamentales. Estos datos y otras informaciones sobre lo que ocurrió han sido publicados en Hong-Kong, en un libro titulado Looking for the June 4 Victims, por el que fue galardonada con el premio Vasyl Stus “Freedom-to-Write” en 2007.
En su búsqueda de la justicia, la asociación Las Madres de Tiananmen reivindica que se organice una investigación independiente sobre los hechos del 4 de junio, que se publiquen las conclusiones y que se den a conocer las identidades de las personas asesinadas. También exigen que se explique bajo qué circunstancias murieron sus hijos y que se ofrezcan compensaciones para las familias. Y defienden la obligación de censurar a los responsables políticos de la masacre. Estas tres exigencias han sido, ya varias veces, dirigidas al Gobierno chino, siempre de la manera más pacífica y formal, sin resultados aparentes.
La asociación Las Madres de Tiananmen persiste en su empresa, a pesar de los intentos por parte del Gobierno de “arreglar” los casos de manera individual. “La justicia que queremos está basada en los derechos y la dignidad propia de cada humano. No se puede comprar. Por eso persistimos y seguiremos persistiendo”, dice Ding Zilin.
La lucha de Ding y de su organización no decae a pesar de los constantes obstáculos, siendo el margen de acción cada vez más limitado dada la presión gubernamental. Desde 1991, las autoridades chinas mantienen bajo vigilancia a Ding Zilin y a su marido, ambos profesores en la Universidad de Renmin en Pekín. En primer lugar, Ding fue forzada por el Gobierno a dejar de impartir clases y publicar sus investigaciones y fue expulsada del partido. Ding se vio obligada a retirarse. Unos años más tarde, su marido también tuvo que abandonar la enseñanza. En esta época ambos fueron detenidos y puestos en cautiverio durante 40 días. Si Ding no tira la toalla, el Gobierno chino tampoco. Estos últimos 10 años han sido aún más restrictivos en la limitación de sus libertades. Desde el año 2000, son vigilados 24 horas al día y ven cómo su cuenta bancaria ha sido congelada (contenía donaciones para mantener la acción humanitaria hacia las víctimas del 4 de junio). En 2004, Ding y otras madres fueron encarceladas algunos días antes del aniversario del 4 de junio. “No solamente no pueden suprimirnos, sino que al intentar hacerlo nos dan más fuerza todavía”, expresa Ding frente a las maniobras de intimidación y presiones extremas, cada vez más intensas a lo largo de los años.
Jian Jielian, el hijo de Ding, tenía 17 años cuando una bala atravesó su corazón la noche del 4 de junio de 1989. Unas horas antes de escaparse de casa, su madre intentó disuadirle para que no saliera, arguyendo que era demasiado tarde para poder hacer algo, a lo que su hijo le respondió: “Lo más importante no es la acción, sino la participación”. Así fue como los estudiantes se manifestaron contra la corrupción. Pidiendo diálogo al Gobierno se encontraron con el silencio, muertos.
A fecha de hoy, el combate de Ding continúa perpetuándose: es el mismo. Siempre intentando ir más allá de las demandas de reconocimiento y de reparación hacia las víctimas del 4 de junio. Trata de cambiar una sociedad donde las ilegalidades sociales son indiscutibles y la democracia brilla por su ausencia. Las revueltas populares son cada vez más frecuentes en China y son el resultado de la insatisfacción general del pueblo frente a las injusticias sociales y la corrupción, dice Ding. “Creo que solo una solución justa e imparcial a lo ocurrido el 4 de junio puede parar la corrupción. China necesita un cambio gradual, en paz. Sólo de esta manera, nuestra sociedad puede mantenerse en estabilidad. La estabilidad social no consiste en tener el gatillo fácil, en poder e influencias, o en deliberadamente olvidar el pasado”.
Ding tiene más de 70 años y una salud frágil pero confía en el futuro: “aunque hayan perdido sus vidas [los jóvenes], creo que la historia no olvidará su entrega”.