Carla del Ponte

AUTORA DEL TEXTO: PAZ ALARCÓN

SUIZA, 1947

“Tengo una gran fe en la justicia internacional, la impunidad ya no será una opción para los poderosos”

Estudió Derecho y empezó su carrera de abogada en un bufete matrimonialista. Después ejerció de magistrada, y más tarde fue fiscal y fiscal general de Suiza. Junto al juez italiano Giovanni Falcone destapó la denominada pizza connection, la relación entre el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero en bancos suizos. En 1999 fue nombrada por la ONU fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional de Ruanda y del de la Antigua Yugoslavia, desde donde persiguió a los criminales de guerra durante ocho años. Cambió la toga por la diplomacia y ahora es la embajadora de Suiza en Argentina.

De pequeña a Carla Del Ponte le gustaba ir a cazar serpientes con sus hermanos, víboras y otras culebras venenosas que después vendían a un laboratorio. El ser la única niña de cuatro hijos la obligó a luchar por ganarse un hueco dentro de los juegos de sus hermanos y por que ellos la aceptaran como a una igual. Ya de adulta, le esperaba otro tipo de caza casi tan peligrosa como la de las víboras: la de mafiosos, genocidas y criminales de guerra.

Aunque procedía de una familia acomodada, Carla Del Ponte tuvo que convencer a su padre para ir a la Universidad. Era una pérdida de tiempo y de dinero que su hija estudiase para terminar casándose y dedicarse a la familia. Su primer trabajo fue como abogada matrimonialista. Pero lo suyo no era defender. Le gustaba buscar la verdad. Como abogada no se sentía muy a gusto con su conciencia, pero en cuanto pasó a ser fiscal encontró su vocación y ya no paró.

En su persecución de la delincuencia se ha ganado todo tipo de apelativos. Ha sido “la nueva Gestapo” para los serbios, “la puta” para la mafia y un “misil sin guía” para los financieros suizos. Unos apelativos que explican hasta qué punto esta mujer ha irritado a los criminales que ha perseguido.

Su amigo y mentor, el juez italiano Giovanni Falcone, la definió como la “personificación de la testarudez”. Sólo una vez estuvo tentada de abandonarlo todo: precisamente cuando la mafia mató a Falcone, con quien había pasado muchas horas de trabajo para desentrañar las relaciones entre los traficantes de droga italianos y los bancos suizos que blanqueaban su dinero. “En aquel momento me di cuenta de la suerte que podían correr los que se atreviesen a luchar contra la impunidad de que gozan poderosos criminales y políticos y me dio miedo por mi hijo”, cuenta Carla Del Ponte. Falcone no se había rendido y ella decidió seguir investigando las cuentas de los mafiosos.

Desde su puesto de Fiscal General de Suiza se dedicó a combatir el blanqueo de dinero del crimen organizado y de los grandes delincuentes en los bancos suizos. Consiguió que el Parlamento aprobara una ley que convertía en delito el blanqueo de dinero y que castigaba a los banqueros que hicieran la vista gorda. Y con esa ley en la mano congeló las cuentas de personajes poderosos como Raúl Salinas, hermano del ex presidente de México Carlos Salinas de Gortari, que guardaba dinero procedente de la droga, o de la que fuera primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto, acusada en su país de corrupción. Carla dejó claro que no se casaba con los poderosos y que llevaba sus investigaciones hasta el final porque para ella la ley y la justicia eran una prioridad. En una ocasión le había contado a un periodista que le gustaría ser fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional, pero cuando en el verano de 1999 recibió la llamada del Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, para que fuera a Nueva York, Carla Del Ponte no interrumpió sus vacaciones. No confiaba en que fuera a ser la elegida cuando su país no pertenecía ni a Naciones Unidas, ni a la OTAN, ni a la Unión Europea. Pero se equivocó y poco después se convertía en la fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia, para lo que sólo puso una condición: la independencia absoluta de la Fiscalía.

Su objetivo era “atrapar” a los responsables de las más terribles operaciones de limpieza étnica durante las guerras en la ex Yugoslavia, Sarajevo, Kosovo y, sobre todo, Srebrenica, donde los serbobosnios asesinaron a 7.500 musulmanes en lo que constituye la mayor matanza cometida en Europa tras la II Guerra Mundial. Y en lo alto de la pirámide, se encontraban tres nombres: Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladic.

Sabía que no era una tarea fácil porque por medio estaban los intereses políticos. De hecho, Milosevic seguía en el poder en Serbia. “No había ninguna voluntad política ni en la comunidad internacional ni en el ámbito nacional de arrestar a Mladic y a Karadizic. Además hay que considerar que una parte de la sociedad les considera héroes y a los héroes no se les arresta”. Incluso llegó a criticar en público al Secretario General de la OTAN, George Roberston, por permitir que algunos personajes camparan a sus anchas por las zonas que controlaba la Alianza. Cuando al principio Del Ponte pedía la colaboración de la OTAN todo eran buenas palabras pero en realidad se encontraba con lo que ella llamaba “il muro di gomma”: los responsables de la Alianza no iban a hacer nada pero no lo parecía.

Pero ella seguía insistiendo. Sólo un año después de haber ocupado su cargo, consiguió arrestar y llevar a juicio a Slobodan Milosevic. Fue la primera vez en la historia que un Jefe de Estado fue acusado y juzgado por crímenes de guerra. Este juicio, dijo Del Ponte, es la demostración de que nadie está por encima de la ley o más allá del alcance de la justicia. “Quizá sea la primera vez que realmente siento que estoy haciendo algo constructivo por la sociedad. Podría llegar a ser posible acabar con la impunidad de los poderosos”. Carla está comprometida, además de con la justicia, con las víctimas. “Es una de mis mayores motivaciones”. Quería que se supiera la verdad para poder reparar en parte el daño que estas habían sufrido.

En sus ocho años al frente de la fiscalía del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia arrestó a 91 fugitivos y procesó y condenó a 48 de ellos. Pero no terminó satisfecha. De su lista no pudo tachar los nombres de los dos criminales más sangrientos, Karadzic y Mladic, y el tercero, Milosevic, murió antes de oír su sentencia.

Ahora vive como embajadora suiza en el país de las Madres de la Plaza de Mayo, que, como ella, han luchado por la verdad y por que se hiciera justicia. Pero, como ya dijo cuando abandonó La Haya: “Me voy a tomar una pausa de tres años para estar de nuevo lista y volver a la justicia internacional”.