Betty Williams

AUTORA DEL TEXTO: LAURA ALONSO CANO

IRLANDA, 1943

“La única fuerza que puede romper las barreras es la fuerza del amor, la fuerza de la verdad, la fuerza del alma…”

Nacida de una familia humilde, impulsó junto a Mairead Corrigan-Maguire un importante movimiento en favor de la pacificación de Irlanda del Norte. A ambas se les concedió, en 1976, el premio Nobel de la Paz. Ha sido distinguida con numerosos premios en diversos países como la Medalla Carl von Ossietzky (Carl-von-Ossietzky-Medaille) de la Liga de Derechos Humanos de Berlín (Internationalen Liga für Menschenrechte) o el Premio del Pueblo Noruego de la Paz. Es doctora honoris causa por la Universidad de Yale, en Estados Unidos. Fue candidata laborista en las elecciones generales de 1997. En el año 2006 fundó “Nobel Women’s Initiative”, junto a las otras mujeres vivas Premio Nobel de la Paz, en defensa de los derechos de las mujeres en todo el mundo.

La fatalidad también se presentó aquel día, no parecía dispuesta a perder la oportunidad de ensombrecer un martes como aquel. Andaba merodeando aquí y allá, escondiéndose detrás de una esquina, asomándose a un balcón, incluso, no muy lejos, esperó largo rato donde rompían las olas del mar.

Como tantas veces, jugaba a hacerse la encontradiza, nadie la esperaba, nadie la llamó, pero llegó justo a tiempo haciendo alardes de puntualidad. No sabe de compasión ni quiere, aunque algunos dicen que cierra sus ojos antes de asestar su golpe.

Sí, es posible que incluso la fatalidad necesitara cerrar sus ojos ante el reguero de muerte con el que se tiñeron, una vez más, las calles de Belfast en aquel día de 1976.

Anne Maguire paseaba con sus hijos por la acera de la calle Finaghy North. Hacía seis semanas que su tercer hijo, Andrew, había nacido. John tenía dos años y Joanne, de ocho, les acompañaba montando en su bicicleta.

Eran algo más de las dos de la tarde de un día soleado de agosto, pronto vendrían los desapacibles días de otoño con sus nubes y la lluvia mojándolo todo. Pero aquel día los jardines de las casas bajas del vecindario lucían espléndidos, cuajados de flores y aromas.

Un poco más allá, en la misma calle Finaghy North, irrumpió el bronco sonido de unos vehículos en lo que parecía ser una persecución. Danny Lennon, un joven activista del IRA (Irish Republican Army, Ejército Republicano Irlandés), fue tiroteado mientras le perseguían soldados británicos. Herido mortalmente, perdió el control del coche que conducía y, dando tumbos sobre la acera, arrolló inesperadamente a Anne Maguire y a sus tres hijos. Andrew y Joanne murieron en el acto, John falleció al día siguiente en el hospital. Anne, aunque quedó gravemente herida, salvó su vida aunque jamás lo superó.

Todo sucedió tan rápido que ninguno de ellos pudo escapar al zarpazo de la fatalidad. Como tantas veces, la violencia había traído de su mano más violencia y calamidad. Por unos instantes, se hizo el silencio, pareciera que el tiempo se hubiera detenido, que el mundo hubiera perdido el aliento.

Hasta aquel verano de 1976, el conflicto norirlandés ya se había cobrado más de 1.700 víctimas en ocho años. La opinión pública británica comenzaba a estar tristemente acostumbrada a noticias como aquella, la intensidad de la violencia que se vivía entonces en Irlanda del Norte hacía presagiar que todo sería más o menos igual días después.

Betty Williams iba a visitar a su madre cuando escuchó el fuerte impacto contra la valla. Algo dramático había sucedido más allá de la calle, echó a correr hasta llegar a la escena de la tragedia, poco pudo hacer más allá de presenciar la crudeza de aquel desastre. Una mezcla de conmoción profunda, indignación e insondable dolor brotaron del corazón de Williams y ella no les puso freno. Mientras, los soldados británicos daban cuenta de lo sucedido a las autoridades.

Betty Williams conocía bien el barrio y a muchos de sus vecinos, allí vivían sus padres, la familia Smyth. Era una familia sencilla, su padre era carnicero y su madre se ocupaba de los trabajos del hogar familiar. Betty, después de estudiar graduado en un colegio católico, había trabajado como recepcionista. A sus 33 años tenía dos hijos, Paul y Deborah, fruto de su matrimonio con Ralph Williams. Era una mujer normal con una vida normal.

Lo que sucedió tras el accidente forma parte de su extraordinaria historia y del modo en que algunas personas intentan cambiar el rumbo de las cosas, a pesar de las dificultades.

Casi sin pensarlo, comenzó a llamar a las puertas de los vecinos del barrio con la profunda convicción de que algo como aquello no debería volver a suceder nunca más. En su interior manaba la certeza de que había llegado el momento de parar aquella escalada de muertes sin sentido, las de uno y otro bando, para ella nada justificaba un hecho tan lamentable, tan triste.

No habían pasado apenas cuarenta y ocho horas y las peticiones en contra de la violencia promovidas por Williams habían conseguido más de seis mil firmas de adhesión. La hermana de Anne Maguire, Mairead Corrigan, conoció la iniciativa de Betty Williams y la invitó a los funerales de sus sobrinos que se celebraron el 13 de agosto de 1976.

Mairead Corrigan cortó el paso a su rencor y se sumó con toda su energía a las peticiones de fin de la violencia junto a Betty Williams. Ese mismo día, ambas se reunieron con el periodista Ciaran McKeown y los tres fundaron The Northern Ireland Peace Movement (Movimiento por la Paz en Irlanda del Norte), posteriormente conocido como The Peace People (Gente de Paz). En sus propias palabras, este movimiento nacía “con el fin de dar un verdadero liderazgo y dirección a la voluntad que se había mostrado en lo más profundo de los corazones de la inmensa mayoría de la gente”. Mairead Corrigan no lo dudó: “El mejor recuerdo que podemos dar como homenaje a quienes han muerto es construir la paz en Irlanda del Norte”.

Así, como una llama que todo lo prende e ilumina, en pocos días consiguieron reunir en las calles de la ciudad de Belfast a 10.000 mujeres católicas y protestantes en una marcha pacífica que el IRA intentó acallar aduciendo que estaba promovida en la sombra por el Gobierno británico. Pero la voz de los ciudadanos se volvió a oír nítida días después con más de 35.000 personas pidiendo una solución pacífica al conflicto. Para entonces la campaña de The Peace People había obtenido la atención de todo el país y daba nuevas esperanzas a quienes creían haberlas perdido para siempre. Las marchas pacíficas llegaron también a otras ciudades como Londres, donde la cantante y activista Joan Baez acompañó a una multitud esperanzada en Trafalgar Square.

Betty Williams y Mairead Corrigan fueron galardonadas con el Premio Nobel de la Paz de 1976 por su defensa de la causa de la paz y la reconciliación, tras haber superado el miedo y constituyendo un poderoso ejemplo a seguir. A pesar de este y de muchos otros esfuerzos, la conclusión del proceso de paz para Irlanda del Norte no llegó hasta la firma del Acuerdo de Viernes Santo del 10 de abril de 1998, casi veintidós años después. Para entonces más de 3.500 víctimas habían perdido su vida en el conflicto.

Betty Williams apeló con su valentía a la esperanza, a pesar de que siempre supo que no sería fácil. De hecho, en una ocasión dijo: “Tenemos que crear un mundo en el que no haya desconocidos, extranjeros hostiles en el otro extremo. Será un trabajo muy duro. La única fuerza que puede romper las barreras es la fuerza del amor, la fuerza de la verdad, la fuerza de alma”.