Amira Hass

AUTORA DEL TEXTO: ANXELA IGLESIAS

ISRAEL, 1956

“Mi trabajo es vigilar al poder”

Oficialmente es corresponsal de asuntos palestinos del diario israelí Haaretz, pero ella prefiere que la consideren una experta en la ocupación. Amira Hass, periodista israelí nacida en Jerusalén, muestra a sus compatriotas lo que ocurre a pocos kilómetros de sus casas, lo que muchos no quieren ver. Con residencia habitual en la ciudad cisjordana de Ramala, mantiene en realidad “un romance con Gaza”, según sus propias palabras. Hace años que pasa temporadas en la franja costera palestina y cuenta cómo es la vida en estado de sitio.

“Mi deseo de vivir en Gaza no se debió a la sed de aventuras o a la locura, sino al miedo de ser una observadora pasiva, a mi necesidad de entender hasta el último detalle un mundo que, de acuerdo a mis conocimientos políticos e históricos, es una creación profundamente israelí. Gaza encarna para mí toda la saga del conflicto israelo-palestino, representa la principal contradicción del Estado de Israel: democracia para algunos, privación para otros”, explica Hass. Fue por primera vez a la franja como voluntaria de la organización Workers Hotline (Línea Directa de Trabajadores), que se ocupaba de defender los derechos de los trabajadores palestinos frente a los abusos de sus empleadores israelíes. Y después ha regresado como periodista en muchas ocasiones.

La última, tras la ofensiva israelí de enero de 2009. Quería ver y contar los efectos demoledores de las bombas, los disparos y los tanques. Desde allí escribió regularmente para su periódico, uno de los más influyentes del país, y no dudó en ir, una vez más, contracorriente.

La única reportera israelí que decidió entrar en los 365 kilómetros cuadrados de la Franja pese a las prohibiciones de su país contempló las casas destruidas, las cosechas arrasadas, las montañas de escombros. Y ofreció a sus lectores la otra versión de lo ocurrido, la de los civiles que murieron, los que perdieron todo, los que tardaron días en ser asistidos, la de los abusos de los soldados, la de la estrategia belicista de su país.

“Israel sabe que la paz no compensa”, titulaba uno de sus recientes artículos, en los que explicaba que la industria armamentística y de seguridad se vería seriamente resentida, mientras que los recursos y la tierra se verían mermados, puesto que habría que repartirlos de manera más justa.

Cuando abandonó Gaza, en mayo, Hass fue arrestada por la policía de su país por violar la ley que prohíbe residir en un territorio enemigo y fue puesta en libertad después de prometer que no accedería a la Franja en el plazo de 30 días. No era la primera vez que la reportera se enfrentaba con las fuerzas del orden y la justicia. También fue detenida en diciembre de 2008 después de haber accedido a la Franja en una de las embarcaciones que protestan contra el embargo llevando ayuda por mar a los habitantes de Gaza. Y en 2001 fue condenada a pagar una multa por calumniar a los colonos de uno de los asentamientos más radicales de Hebrón.

Ya está acostumbrada, como también se ha habituado a los mensajes insultantes de algunos lectores. “Alguien me dijo una vez que deseaba que tuviera un cáncer de mama”, cuenta la curtida reportera, que también es saludada en algunas cartas con un “Heil Hitler”. Hay gente que le dice que en una vida anterior debió ser un guardián de un campo de concentración nazi. Algo que quizás sea duro de asimilar para una hija de supervivientes del Holocausto. Su padre pasó cuatro años en el gueto de Transnistria, en la actual Moldavia. Había sido un niño dispuesto a luchar por sus derechos, capaz de organizar una huelga en su escuela ante la obligación de escribir exámenes en shabat, el día sagrado de los judíos. Su madre era una judía de Sarajevo que luchó contra los nazis como partisana antes de ser deportada al campo de concentración de Bergen Belsen. Allí comenzó a tomar notas de lo que ocurría a su alrededor en un diario y a dar clases a los niños, a pesar de que los guardianes del campo vetaban terminantemente ambas cosas. Ambos, militantes comunistas, inculcaron a Hass la lucha por un mundo mejor, por la igualdad, para compensar el enorme vacío dejado por el genocidio, la pérdida de familiares, amigos y raíces. Ella cuenta los recuerdos de sus padres como si fueran los suyos propios y asegura que “la sensación de pérdida está siempre presente”. Como ellos, lucha contra la injusticia.

“Los israelíes no han ido nunca a los Territorios Palestinos, no ven lo que ocurre con sus propios ojos. No han visto nunca un pueblo palestino cuyas tierras están ocupadas por colonos, un pueblo sin agua que necesita un permiso del Gobierno incluso para plantar un árbol, por no hablar de construir una escuela. La gente no entiende hasta qué punto la dispersión de asentamientos judíos marca el control israelí sobre los territorios palestinos”.

Para Hass, ganadora de premios tan prestigiosos como el UNESCO/Guillermo Cano World Press Freedom Prize (Premio Mundial UNESCO/Guillermo Cano a la Libertad de Prensa), el periodismo debe centrarse “en vigilar los centros de poder”. Más que objetiva, ella aspira a ser justa.

Y por eso tampoco duda en hablar de las irregularidades de la política palestina. Recientemente criticaba que los dos Gobiernos palestinos, Hamas en Gaza, Fatah en Cisjordania, estaban violando el derecho a una asistencia sanitaria para sus civiles, debido a las dificultades de ambas partes para llegar a un simple compromiso.

Le importa sobre todo la gente, que es “la que en realidad escribe la Historia”, huye de los eslóganes y de las frases grandilocuentes tan usadas en Oriente Medio. Y trata de explicar la realidad de la ocupación con ejemplos e imágenes para hacer entender a sus lectores lo que ocurre. “Puedes ver las ruinas de la casa, pero no puedes ver las ruinas en nuestras almas”, escribía recientemente desde Gaza, recogiendo las palabras de uno de los civiles afectados por la ofensiva.