Aletta Jacobs

 

HOLANDA – 1854-1929

Autora del texto: Marta Bermúdez Rubín

 

Nunca dudé de mis acciones. Estaba demasiado influenciada por lo que había visto y por la convicción de que mi trabajo beneficiaría a la humanidad”

Primera mujer en cursar la educación secundaria en Holanda, graduándose en Medicina en 1879 y convirtiéndose así en la primera mujer doctora.  Dedicó gran parte de su vida a la medicina pero sintió la llamada de la política y cambió su razón de vivir por el compromiso con la causa de las mujeres. Valiente y emprendedora, fue una de las organizadoras del primer Congreso Internacional de Mujeres celebrado en la Haya en abril de 1915. De este congreso saldría la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF), una organización creada para oponerse a la guerra y para la participación de la mujer en la escena pública internacional.

En este foro, que reunió a más de mil mujeres de todo el mundo, se comenzaron a formular las primeras propuestas feministas en contra de la guerra y la violencia enraizada en la Europa del siglo XX. Todavía hoy, WILPF es una de las redes de mujeres con más incidencia en la política internacional.

Su padre, Abraham Jacobs, un reputado doctor de los Países Bajos, la instruyó en nuevas lenguas como latín y griego, materias reservadas para los varones de la época. El apoyo absoluto de éste a la causa feminista, le animó a matricularse en la escuela de educación secundaria.  A pesar de la marea de críticas a la que se exponía, Aletta asumió el reto con valor y optimismo, consiguiendo con su actitud persistente que pocos años después se regulara el acceso a la educación superior para la mujer en Holanda.

Desempeñó su tarea de doctora con gran entusiasmo. La implicación con sus pacientes le llevó a buscar soluciones para evitar la discriminación a la que eran sometidas la mujeres, en todos los ámbitos.  Pronto adquirió conciencia sobre la impunidad de la prostitución y la trata de blancas. En un intento por remediar la pesadilla de las mujeres a las que atendía, divulgó el uso de métodos anticonceptivos para controlar la natalidad y las enfermedades de transmisión sexual. La idea escandalizó a toda la sociedad y fue acusada de ir en contra de la vida. “Lo más duro era asumir las críticas, sobre todo las que nacían de los labios de mi hermano Sam”, comentaba dolida. 

Promotora de los derechos reproductivos y sexuales de la mujer en un contexto marcado por la intolerancia frente a los pensamientos progresistas, lejos de retirarse ante las acusaciones que recibía, instaló una clínica gratuita para mujeres vulnerables. Se creó así el primer centro de planificación familiar de los Países Bajos. Sus habilidades formales le propiciaron la amistad con miembros de la Unión General de Comercio Holandés cuyo líder B.H Held se sensibilizó con la causa y le ofreció desinteresadamente unas humildes habitaciones, en donde impartiría nociones básicas sobre cuidados infantiles, maternos y de higiene personal.  El testimonio de muchas pacientes, asfixiadas por las duras condiciones de vida y la represión, hizo eclosionar el coraje y la fortaleza de Aletta Jacobs orientándole más allá de su labor cómo doctora para trabajar a favor de la justicia social. Adelantada a su tiempo se casó por lo civil con un hombre del movimiento pacifista, y trabajó por y para las mujeres: las madres, las niñas, las prostitutas… para sí misma.

Tenía una gran personalidad y nunca se conformó con permanecer en la sombra. En 1883, cuando se prohibió explícitamente acceder al voto a las mujeres, añadiendo la palabra “hombre” en la constitución de 1887, el descontento femenino generalizado contagió a Aletta, introduciéndola en el movimiento sufragista: en el año 1903 se convirtió en líder de la Alianza del Sufragio Femenino Internacional. Este compromiso le llevó a conocer a Carrie Chapman, con la que viajaría a los lugares más recónditos del mundo: Asia del Sur, Austria y Hungría, Oriente Medio y África para dar voz y apoyo a todas esas mujeres del mundo que solas eran incapaces de abrirse hueco en la vida política y en los espacios de participación.   Ella le dirigía a Chapman estas palabras en una amistosa carta: “Mi querida Carrie, estoy segura de que no he vivido en vano, hemos hecho nuestra tarea y podemos abandonar el mundo con la convicción de que lo dejamos mejor de lo que lo encontramos”.

Convencida de sus actos, se recreaba en el optimismo diciéndose a sí misma: “Afortunadamente nunca dudé de mis acciones. Estaba demasiado influenciada por lo que había visto y por la convicción de que mi trabajo beneficiaría a la humanidad”. Carismática y con capacidad de organización, tuvo la intrepidez de asumir liderazgo y aunar los sentimientos de miles de mujeres de todo el mundo por una misma causa: parar la guerra y las atrocidades que en ésta se cometían.  El panorama bélico que afloraba en el momento suscitó en su interior la necesidad de promover el diálogo y hacer visible la opinión y el trabajo de las mujeres, que desde sus inicios fueron una voz silencia a la sombra de los esquemas patriarcales.

Fue un hito para la historia: Por su energía y su valentía, por incluir  nuevos enfoques sociales, por su activismo inclusivo, por su esfuerzo para  invitar a las mujeres a participar y por su constancia para educar al hombre en una nueva concepción de los valores familiares y de relación entre los países. Formuló así las bases de un nuevo diseño social fundado sobre el bienestar,  que permanecería latente durante las décadas siguientes.

Murió a los 75 años de edad en Baarn, Holanda. Fue líder indiscutible del movimiento sufragista y activista de los derechos humanos y la participación de las mujeres en la construcción de una estructura internacional para pudiera favorecer la resolución de los conflicto entre países de una forma pacífica. Una heroína a nivel global capaz de estimular el cambio a escala macro, su legado constituye un logro histórico para la humanidad marcado por el dinamismo, el esfuerzo y la esperanza.